miércoles, 15 de julio de 2009

Pío Baroja contra la España profunda

Machado habló de "las dos Españas" y, aún hoy, esas dos Españas se disputan el significado de sus palabras. En realidad, ambas eran una sola: una España profunda, atrasada, inculta y trágica. La descripción de Labraz es muy gráfica:

"Como la gente del pueblo no leía ni pensaba, todas sus energías eran únicamente vegetativas. La única ocupación moral que tenían era el denunciarse y el armar pleitos. Los instintos brutales a medias contenidos por el miedo al infierno, a medias irritados por el resquicio que la hipocresía deja a todos los vicios, habían hecho a todos los habitantes de Labraz de una inaudita ferocidad.

Durante las fiestas, esta ferocidad se desbordaba en las corridas de toros; Labraz podía eclipsar a todos los pueblos más salvajes, a todos los pueblos de España en donde las corridas toman el aspecto más cobarde y más abyecto. Los mozos, esporitos y patanes, se ponían en las vallas y, al pasar el toro junto a ellos le hundían pinchos, le pegaban en el hocico, le saltaban un ojo, si podían, y, al último, cuando echaban un toro viejo o una vaca, después de torearla, se echaban todos sobre ella, la sujetaban y le iban dando navajadas hasta convertirla en una piltrafa. Luego se bailaba la jota, la estupidez y salvajismo hechos canto; se bebía mucho y se rezaba en casa.

...

En otro punto de la obra, describe a "un cura, que a su aspecto cerril unía el de llevar la sotana llena de lamparones y el sombrero de mugre.

De esta especie (“Clericus catolicus hispanicus”) era el abad un magnífico ejemplar; pero como en esta especie se cuentas muchos tipos, hay que advertir que el suyo era el manducatoris o digestivus.

El hombre parecía que tenía empeño decidido en ir siempre sucio; sus manteos y sus sotanas eran un mapamundi, en el que las islas se convertían en archipiélagos, y los archipiélagos en continentes; su teja, grandísima, más que de seda sobre fieltro, era de mugre sobre grasas; ni aunque fuese la teja con que Job se rascaba la sarna, hubiese estado más sucia; pero aún tenía un bonete que daba quince y raya a su canoa.

Tenía el abad una descomunal estatura; el abdomen abultado, las piernas delgadas, las manos grandes y fuertes, los pies enormes, juanetudos, planos, que salían por debajo de los hábitos como dos gabarras.

Sus ojos, apagados y a medio cerrar por los párpados caídos, estaban a flor de carne, como sujetos a la piel; la nariz, larga, era, además, gruesa y rojiza; la cara, estrecha; la mandíbula, prominente, y los dientes grandes y amarillos, de caballo viejo. El buen pater tenía asco al agua; se afeitaba de tarde en tarde y no se lavaba nunca, para no perder el tiempo.

A pesar de que su cerebro estaba turbado por el nitrógeno de una alimentación tan suculenta, y de que su cabeza estaba tan vacía como su estómago lleno, era un predicador que tenía sus exitos. Su oratoria estaba al alcance de las inteligencias más romas y de los oídos más duros, porque si su cerebro no era el de un san Agustín ni el de un Orígenes, en cambio, la garganta podía apostar con todos los padres de la Iglesia: se pasaba tres o cuatro horas seguidas vociferando, dando gritos y alaridos; sobre todo, insultando a liberales y a masones."


(Frases entresacadas de "El Mayorazgo de Labraz")

Etiquetas:

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio