martes, 14 de julio de 2009

Crónica de una muerte anunciada (Gabriel García Márquez)

Gabriel García Márquez ha sabido acercarnos al mundo profundo y rico de la Colombia popular, negra, india, española y profundamente herida por la desigualdad social. La gran virtud del premio Nobel es haber sabido recoger esa realidad, volcándola en una narración dotada de gran belleza formal y profunda significación. Una narración que nos sumerge entre las vaharadas bochornosas de los pantanos y nos transporta hacia un mundo lejano y exótico pero que, sin embargo, palpita con significados muy cercanos a nosotros.

Santiago Nasar no se vistió como cada lunes para marchar a su hacienda de ganado, sino que volvió a ponerse nuevamente la ropa de la fiesta pues, después de la boda del día anterior, todo el pueblo esperaba la visita del obispo. Cuando fue a tomarse una aspirina junto al dormitorio de su madre, le contó el sueño de los árboles, aunque esta vez, ella no supo interpretarlo. Después entró en la cocina donde las criadas -madre e hija-, que preparaban la comida, le sirvieron una taza de café “La cocina enorme, con el cuchicheo de la lumbre y las gallinas dormidas en las perchas, tenía una respiración sigilosa.” Victoria Guzmán, la madre, había sido amante del padre de Santiago, -Ibrahim Nasar- hasta que él se cansó de ella y se la llevó de criada. La hija de Victoria, “Divina flor” llevaba el nombre del tesoro perdido para siempre por culpa del cruel engaño, aunque “se sabía”, sin embargo, destinada a la cama furtiva de Santiago Nasar. Ambas sabían ya que lo iban a matar pero callaron. Victoria “tenía tantas rabias atrasadas” que, a pesar de los ascos expresados por Santiago, siguieron arrojando a los perros las vísceras de los conejos que, con saña, iban descuartizando. Al devolver su taza, Santiago aprovechó para agarrar por las muñecas a la adolescente: “Ya estás en tiempo de desbrabar”... Victoria Guzmán blandió el cuchillo ensangrentado. Como confesaría la hija una vez desaparecida su madre, esta, en el fondo, deseaba que le mataran.

Cuando sonó el buque del obispo, Santiago Nasar se apresuró a salir y la niña, solícita, se apresuró a abrirle la puerta. Precisamente por entretenerse manoseandola, Santiago no vio un papel en el que le prevenían de su muerte. A pesar de todo el obispo no paró: “De sotana blanca con su séquito de españoles… empezó a hacer la señal de la cruz en el aire frente a la muchedumbre y, después siguió haciéndola de memoria, sin malicia ni inspiración, hasta que el buque se perdió de vista y sólo quedó el alboroto de los gallos”. El obispo, con su visita, podría haber interferido el devenir de la tragedia; sin embargo, también él, representante de la iglesia y de los sagrado, tuvo que someterse a lo inexorable del destino.

La familia de Santiago Nasar siempre entraba y salía por el lado de atrás de la casa: el que daba a la cocina, las caballerizas y el muelle. Solo en ocasiones festivas, usaban la puerta principal. Aquel día era fiesta y por eso, para matarle, fueron a esperarle a la puerta correcta. La versión popular, sin embargo, aquí, ya empieza a diferir de los hechos: los hermanos Vicario no querían matar a Santiago Nasar y, por eso, quisieron equivocarse yendo a esperarle al lugar equivocado. Sólo la mala fortuna hizo que le encontraran y tuvieran que matarle; pero eso ya no era responsabilidad de ellos. Cuando el destino juega sus cartas con tal fuerza, todos, el pueblo entero, individual y colectivamente, los que por acción u omisión fueron encarrilando los hechos hacia la tragedia, hasta los propios asesinos, se convierten en víctimas. La versión del pueblo exculpa al pueblo. Cuando los asesinos, perseguidos, se entregaron para refugiarse en la casa del cura, éste recordó el acto como de una gran dignidad: “Lo matamos a conciencia –dijo Pedro Vicario-, pero somos inocentes”. En realidad, solamente el parentesco fue la causa de que tuvieran que actuar como verdugos, y el pueblo se lo perdonó desde el primer momento: “hicieron mucho más de lo que era imaginable para que alguien les impidiera matarlo, pero no lo consiguieron”.

Bayardo era culto, rico y con un físico privilegiado, había llegado seis meses antes, para buscar con quién casarse. La elegida resultó ser Ángela Vicario. También culta y educada, tenía otros hermanos y otras hermanas; “cualquier hombre será feliz con ellas, porque han sido criadas para sufrir”. Aunque la novia quiso resistirse, sus padres sentenciaron diciendo que “una familia dignificada por la modestia no tenía derecho a despreciar aquel premio del destino”. La boda, fastuosa, terminó cuando el marido descubrió que Ángela no era virgen, la golpeó y la devolvió a la casa de sus padres. Después de volver a golpear a su hija, la madre mandó llamar a los gemelos y entre todos, la obligaron confesar el nombre del culpable. “Ella buscó el nombre entre las tinieblas, lo encontró a primera vista entre los tantos y tantos nombres confundibles de este mundo y del otro, y lo dejó clavado en la pared...”. Nadie puso en duda la existencia de culpabilidad y de deshonor. La sociedad necesita certezas absolutas sobre aquellos aspectos esenciales sobre los que se sostiene: en temas de hacienda y honor, no caben los accidentes, ni las casualidades, ni los matices: si la novia no era virgen era por que antes había habido un hombre. El acusado ya había abusado de otras mujeres; sin embargo, ninguna de ellas había contado con la defensa de los hombres de su familia, quizá porque el propio Santiago Nasar con buena posición social, era prácticamente intocable. Ahora, sin embargo, esas mismas reglas se volvían contra él: Bayardo San Román, era hijo del General Petronio San Román. El abogado sustentó la tesis de “homicidio en legítima defensa del honor”, y es que el honor, dadas las circunstancias, tenía un precio mucho mayor. Una boda tan importante como aquella no podía echarse a perder sin un gran cataclismo. Alguien tendría que pagar el precio de tanta decepción.

Parece ser que la historia ocurrió realmente: un asesinato por honor en un pueblo pequeño y perdido frente a la costa del Caribe. La historia, es una historia repetida mil y una veces en los mil y un espejos de cada una de las bocas que contaron y recontaron lo que habían visto o lo que habían oído. En ese fluir narrativo, complejo, mil veces corregido, mil veces estructurado y moldeado, la historia se va afinando, se va haciendo coherente. Con el tiempo, los mil retazos van confluyendo en una historia colectiva, consensuada que, verdadera o no, se abre camino entre la realidad convirtiéndose en la realidad misma.

Etiquetas:

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio